Rabu, 28 Desember 2016

La Historia Ibn Marwan Al-Yilliqi

Estudio de su actuación en las fuentes historiográficas islámicas  y cristianas

Abd al-Raḥmān bn. Marwān bn. Yūnus al-Ŷillīqī al-Māridī, oriundo de Mérida como indica su gentilicio, descendiente de una familia de muladíes (cristianos conversos al Islam) que en el momento de la conquista de la ciudad en el 713 d.C./94 H. se refugiaron en el noroeste peninsular. Sus antepasados le trasmitieron esta genealogía a sus descendientes, encontrándose nuestro protagonista reflejado en la historiografía andalusí, como uno de los rebeldes muladíes más sobresalientes con los que se encontraría el emirato omeya en las últimas décadas del siglo IX/III.

Su padre había desempeñado el cargo de ‘āmil (gobernador) de Mérida durante un breve periodo de tiempo en la década de los veinte del siglo IX, bajo el emirato de ‘Abd al-Raḥmān bn al-Ḥakam, donde hallaría la muerte en el transcurso de una revuelta protagonizada por elementos muladíes, beréberes y cristianos de la ciudad, que de común acuerdo y contrarios a la política emanada desde Córdoba, se movilizaron contra el poder establecido.‎

Décadas más tarde, el joven ‘Abd al-Raḥmān bn. Marwān acompañado de los también muladíes,Ibn Šākir y Makḥūl Ibn ʻUmār, incitaron a la revuelta a los habitantes de Mérida contra el emirMuḥammad y los intereses omeyas en el año 868 d.C. /254 H. Ante estos sucesos la cancillería omeya se movilizó, partiendo el emir de Córdoba con dirección a Toledo, otra ciudad levantisca, pero en el trayecto varió el rumbo hacia Mérida, circunstancia que no esperaban sus habitantes a los que asedió duramente y, destruyendo en la refriega un pilar de su famoso puente romano, obligó a sus moradores a solicitar el amān (rendición). Como represalia ante esta nueva insurrección protagonizada por los emeritenses―recordemos que con ésta eran ya más de doce las insurrecciones en el transcurso del siglo IX/III―, el emir por medio del gobernador nombrado al efecto, Sa‘īd bn ‘Abbās al-Qurašī, ordenó derribar la otrora inexpugnable muralla de la ciudad, no dejando más que la alcazaba para el alojamiento de los gobernadores de la kūra o provincia, como bien ha quedado reflejado en la historiografía islámica y en los restos materiales hallados en las excavaciones de la ciudad.‎

...tomó el gobierno de la ciudad Saʽīd Ibn ʽabbād al-Qurašī, que mandó derribar la muralla y no dejó más que la alcazaba para alojamiento de los  ‘ămiles que allí fueran (Bayān II, 100).
Una vez se hubo pactado la rendición de la ciudad, ‘Abd al-Raḥmān bn. Marwān y sus colaboradores, junto a sus familias fueron trasladados a Córdoba donde entrarían al servicio del emir integrándose en el ejército omeya (Ibn ‘Iḏārī, Bayān II: 100).

Establecido en la capital del emirato parece que en un principio las cosas no le fueron del todo mal, según se desprende de las fuentes que no mencionan ningún incidente al respecto. Hasta que en una ocasión tuvo un enfrentamiento con el poderoso qā’id Hāšim bn ‘Abd al-‘Azīz, que llegaría a humillarle en público delante de la tropa, profiriendo las siguientes palabras: “el perro es mejor que tú” golpeándole a continuación en el cogote (Ibn ‘Iḏārī, Bayān II: 102). Por estos acontecimientos se puede deducir que ‘Abd al-Raḥmān bn Marwān y los suyos, al ser muladíes y no árabes de raza, se sintieran discriminados en el seno de la administración omeya, por lo que tomaron la decisión de abandonar Córdoba y proseguir con su vida de rebeldes. Se refugiaron en la kūra de Mérida en el transcurso del año 874/261, donde recibirán a cientos de partidarios muladíes e incluso algunos elementos beréberes, unidos contra la aristocracia de origen árabe que les dominaba (Ibn Al-Qūṯiyya, trad., 88).‎

En este estado de cosas los seguidores de Ibn Marwān se refugiaron en algún lugar fortificado situado a mitad de trayecto entre Córdoba y Mérida, el denominado en las fuentes árabes como ḥiṣn Ṭalŷ, situado con toda probabilidad en un cerro próximo a la población cordobesa de Los Blázquez, conocida como Tolote (Del Pino y Carpio, 1998: 179 y ss). Por la descripción que el autor de la crónica hace de este pasaje, que habla de árabes y bereberes y de tres días de camino, este emplazamiento fortificado en alto se sitúa bastante cerca del itinerario oficial que une Córdoba con Mérida (Curso Alto del río Guadiato). Desde este asentamiento se dedicaron a arrasar la región y a todas aquellas qurà(alquerías) próximas que profesaran obediencia al emir de los creyentes. El cronista del siglo XI Ibn Ḥayyān nos ha dejado buena cuenta de ello en su Muqtabis II/1, 1973: 320-397:
“atacaron a la gente de la obediencia del emir por todo el camino y nāhiya (región), aniquilando lo que existía. Derribaron la vigilancia del poder, los despojaron de sus monturas, vestidos y enseres. Hicieron igual entre árabes y beréberes, reuniendo para sí, en tres días, quinientos caballos, sobre los que dispusieron a sus hombres de a pie y así pudieron hacer sus asuntos. La gente tuvo miedo de ellos, se refugió en los ḥuṣūn e imploró auxilio al poder de Córdoba”.

Ante esta situación el emir Muḥammad y el qā’id Hāšim bn ‘Abd al-‘Azīz salieron con el ejército hacia ellos. La historiografía recoge como los seguidores de ‘Abd al-Raḥmān bn Marwān y muchos de los renegados del iqlīm de Mérida buscaron refugiaron en el ḥiṣn o qal´at al-Ḥanš(Alanje), y en Ŷalmāniyya (Jorumenha, a S.O. de Badajoz en territorio portugués), con el también rebelde muladí Makḥūl b. ʻ Umār, al no poder refugiarse en la otrora inexpugnable capital del Guadiana por carecer de defensas tras la última rebelión citada. El castillo de Alange se conserva todavía en parte en lo más alto de un cerro, desde donde se divisa la comarca de Mérida de la que dista 18 km, situándose a sus pies la población actual (fig. 1). Este estratégico lugar fue elegido por los seguidores de ‘Abd al- Raḥmān bn. Marwāny sus tres hijos, Muntasir, Marwān y Muḥammad,por su inexpugnabilidad. Al tener conocimiento del elevado número de combatientes que se dirigían hacia sus posiciones, pidieron ayuda aSa‘dūn bn Gār, conocido por al-Surunbāqī, cliente y amigo de Marwān al-Ŷillīqī, uno de los muladíes más valientes y temibles de su época según nos han trasmitido los cronistas al servicio de la dinastía omeya de al-Andalus. Las fuentes nos narran que era “astuto y sagaz, atrevido y arrogante, poseía todas las cualidades del hombre orgulloso, cuyo corazón no conocía el temor ni el miedo... Su tumba está entre el Tajo  y la ciudad de Coimbra” (Ḥayyān, Muqtabis III, 178).

Una vez iniciado el asedio del ḥiṣn o qal´at al-Ḥanšel emir vio como única táctica verdaderamente efectiva, el privarlos de agua, por lo que los sitiados se las tuvieron que ingeniar para resistir:“Excavaron pozos en el interior de su castillo y les deparó Allāh, en ellos, agua dulce y corriente próxima a donde estaban, cuando ya habían pensando rendirse y se volvieron por ello a la oposición. Construyeron muros en los pozos, que los protegían de los ataques y levantaron sobre ellos pesados maderos revestidos de piel de vacuno. Excavaron galerías subterráneas para traer las aguas y frecuentaban aquellos pozos por aquellas galerías. Y las catapultas se balanceaban insistentemente sin dejar de lanzar de día y de noche. El emir se esforzó sobremanera para impedir la aparición del agua e incitó a sus hombres a derribarlos, pero no fue posible en ninguno de los pozos cercanos a la fortaleza. Sin embargo, por los constantes ataques de la catapulta, les apresó mucha gente que perseveraron sobre su negativa y lo combatieron”.‎

Después de tres meses de duro asedio, durante el cual los sitiados tuvieron que comer la carne de sus propias monturas, además de pasar grandes calamidades, los seguidores de Marwān al-Ŷillīqī solicitaron el amān, que les fue concedido  de manera inmediata. A continuación el emir «le permitió que se fuera a Badajoz y se estableciera en ella; la cual era entonces una aldea» (Ibn ‘Iḏārī, Bayān II: 105).

Ahora bien, resulta un tanto insólito que después de todo lo ocurrido, el emir tomara la resolución de concederle la qarʻya (alquería) de Badajoz para que se instalase, sobre todo si tenemos en cuenta que era una petición personal de al-Ŷillīqī, principal promotor de la rebeldía y abanderado de la causa muladí en el occidente. Por mucho que este esgrimiera en sus razones el abultado número de su progenie y las dificultades que ello le acarrearía para poder sobrevivir. Sin duda el emir Muḥammad I debía mantener un alto grado de amistad con nuestro protagonista para ceder de este modo a las peticiones de quien había osado enfrentársele desde años atrás, y no conducirlo nuevamente preso a Córdoba.

En cuanto a la citada alquería, esta es la segunda vez que aparece en la historiografía árabe un conjunto de casas con el nombre de Badajoz―Baṭalyws―, la primera vez figuró como consecuencia de la persecución a que se vio sometido el rebelde Maḥmūd bn ‘Abd al-Ŷabbārpor las tropas del emir ‘Abd al-Raḥmān II en el año 834/219, tras los sucesos acaecidos en Mérida que dieron con el asesinato del padre de nuestro personaje, que como ya dijimos se encontraba al frente de la kūra de Mérida como gobernador (Ḥayyān, 2001, nota 595).

Hasta este segundo momento no volvería a citarse dicha alquería o asentamiento rural, el cual dependía de la jurisdicción administrativa de Mérida. Será a partir de esta fecha cuando Ibn Marwān con el consentimiento del emir, decida levantar una ciudad, poblarla, e invocar el nombre del emir en las oraciones del viernes, aunque pactando como condición no pagar contribución ni obedecer los dictámenes emitidos desde Córdoba (Valdés, 1988:144).

Como hemos apuntado más arriba, que el emirMuḥammad se plegase a las exigencias de al-Ŷillīqīcon la única salvedad, que el emplazamiento estuviera en el margen izquierdo del Guadiana para de este modo tenerlo más controlado, tendría que venir motivado por razones de peso que no pasaron desapercibidas para los cronistas de la época. Así tenemos el incremento de la oposición indigenista encontrada en la zona y la aparición de dos periodos de hambrunas durante los años 867/253 y 876/263, que como factores desestabilizadores de gran importancia estimularían sin duda la aparición de disidentes (Al-Qūṭiyya, 1926:106). Situación esta última que sería atajada en la medida de lo posible  con medidas cautelares, como cuando Ibn Marwānmandó a su hijo Muḥammad  y treinta de los suyos como rehenes a Córdoba (Ibn Ḥayyān, 1973: 355), así como otras circunstancias que por ahora se nos escapan.

Medidas que servirían de bien poco ya que Ibn al-Ŷillīqī no tardará en reemprender una nueva revuelta contra el poder representado por Córdoba, especialmente contra sectores de población árabes y beréberes, a los cuales expoliaba y saqueaba sin denuedo, no sin antes obtener nuevamente la ayuda del rebelde muladí procedente de Coimbra Sa‘dūn bn al-Surunbāqī, y también con posterioridad, la del propio rey asturiano Alfonso III, siempre dispuesto a infringir los mayores quebrantos a sus vecinos del sur. Debido a esta política, no es extraño que acudieran a cobijarse bajo sus filas muchos cristianos y muladíes de la comarca (iqlīm) y de la propia provincia (kūra), sobre todo de la madīnade Mérida, donde al-Ŷillīqī debía de tener no pocos seguidores. No debemos olvidar que nuestro revoltoso personaje era muladí, y los conversos, aunque hostiles a Córdoba, eran en su mayoría sinceros musulmanes que sólo pensaban en sus intereses, como por otra parte también estaba sucediendo en la frontera superior (Zaragoza) con la dinastía de muladíes de losBanu Qāsi y, no tardaría en producirse en las regiones más próximas al poder cordobés con los también muladíes Banū Ḥafṣūn, provenientes de la Kūra de Rayyā y Ṭakūrunna (Málaga).

Siguiendo con los hechos donde lo habíamos dejado, vemos como al-Ŷillīqī  y los suyos, faltando a la palabra dada al emir, deciden fortificar el pequeño núcleo urbano (Baṭalyws) y aliarse con el también rebelde Sa‘dūn, a la espera de acontecimientos que no tardarían en producirse. Así en el transcurso del año 262-263/875-876 el emir envió a su hijo al-Munḏir con un cuerpo de ejército contra al-Ŷillīqī, no teniendo este otra opción que la de abandonar Badajoz y dirigirse hacia el norte. Tras cruzar la región de Misṭāsa (emplazamiento del mismo nombre de la tribu bereber) y atravesar el Tajo, buscó refugio en elḥiṣn Karkar  emplazamiento ubicado con asiduidad por la comunidad científica desde que lo expusiera F. Codera en Alburquerque, cercana población a Badajoz  (Codera, 1904: 33; Makki, 1973; Terrón, 1991: 67 y ss; Souto, 1995: 227). Aunque después de los últimos estudios llevados a cabo en torno al espacio geográfico donde se desarrolló la rebelión del “Gallego”, podemos asegurar que este asentamiento en altura debía de encontrarse una vez se hubiera cruzado el Tajo, hacia el norte, y no hacia el sur de dicho río, sobre todo si tenemos en cuenta el lugar de Cárquere, a pocos km al Oeste de Lamego, emplazamiento que cuenta con abundantes restos materiales de época romana y visigoda (Manzano, 1991:198 y ss; Velho, 1981: 273).

También se alude por parte de estos autores al alto índice de islamización que había en la zona y al poblamiento tanto bereber como muladí que habitaba este territorio, y que podemos ubicar en la región próxima a Coimbra, entre los ríos Duero y Mondego. Es más, parece del todo lógico que nuestro personaje se refugiara en estos lugares buscando las fragosidades del terreno, bastante alejado de las bases de operaciones de los ejércitos emirales, donde según se desprende de las fuentes escritas, eran territorios bastante mal controlados por la administración central y que en poco espacio de tiempo volverían a albergar acontecimientos similares. En este escenario es donde resistiría las embestidas de las tropas afines al estado omeya sufriendo muchas perdidas, pero fracasando las mismas en la tentativa de tomar el poblado fortificado en altura.

Como consecuencia de la inexpugnabilidad de esta fortaleza, el qā’id del ejército Hāšim bn ‘Abd al-‘Azīz, ―el mismo que humillara a Ibn Marwānaños atrás en Córdoba delante de los visires del emir―, se encaminó hacia el ḥiṣn Munt Šalūṭ(Monsalude), en el concejo de Ferreira do Zézere, próximo al río del mismo nombre, afluente del Tajo por la derecha (Velho, M. 1981: 270 y ss),para asegurarlo ante el peligro de amenaza que representaba Sa‘dūn al-Surumbāqī. Aunque en este aspecto hay autores que lo sitúan en la Sierra de Monsalud (Terrón, 1991: 69-70; Pérez, 1992: 292-293) no muy alejado de la capital pacense, donde se ubica el actual castillo de Nogales, pero que al estar al sur del Guadiana contradice en buena medida la lógica, al desvirtuar lo expresado en las fuentes y la anterior huída emprendida por Ibn Marwān hacia el norte (Muqtabis III, 361; Manzano, 1991: 194-195). Ante este estado de cosas al- Surumbāqī, que se hallaba en las proximidades de Coimbra, solicitó la ayuda de Alfonso III que en los últimos años había adelantado sus fronteras hasta más allá de la orilla izquierda del Duero. En ese momento el ‘āmil del ḥiṣn Munt Šalut comunicó a Hāšim que se presentaba una oportunidad única para apresar aSa‘dūn, cuando en realidad había sido éste último el que había engañado a los enviados del emir, aparentado tener pocos efectivos (Codera, 1904: 19). Las tropas del qā’id cayeron en la trampa y fueron derrotadas en una emboscada en terreno montuoso, donde el propio Hāšim fue hecho prisionero y enviado a Oviedo. Este permanecería cautivo por espacio de dos años hasta que se pudo pagar su rescate, cifrado según Ibn al-Qūṭiyya en 150.000 dinares de oro, y así poder regresar a Córdoba (Ribera, 1926: 74). Testimonio también recogido por la historiografía cristiana de la época en la Crónica Albeldense (1985: 247): «..que presentado a Alfonso en Oviedo, al redimirse después, entregó en rehenes dos hermanos, un hijo y un sobrino, hasta que pagó el Rey  cien mil sueldos de oro»

Acontecimientos todos ellos que sin duda incitarían a la rebelión en muchas regiones de al-Andalus, especialmente en el mismo corazón del emirato.

En ese mismo año del 263/876 uno de los hijos del emir, al-Munḏir, se dirigió  hacia Mérida, la cual había caído un año antes en manos de Ibn Tāŷīt, de la tribu bereber de los Maṣmūda, debiendo pactar algún acuerdo entre ambos para enfrentarse a Ibn Marwān, el cual se vio obligado de nuevo a abandonar Badajoz, que quedó en manos del qā’id de al-Munḏir, al-Walid bn Gānim. Parece ser que este gobernador había sido ‘āmil de Sevilla, y en su breve estancia en Badajoz se encargaría de destruir las pocas edificaciones con que contaba la ciudad (Souto, 1995: 228, nota 117).

Siguiendo en este punto al historiador cordobésIbn Ḥayyān, vemos como el siempre levantisco Ibn Marwān no tuvo otra opción que buscar refugio con los suyos en las cercanas Sierras no muy alejadas de la antigua población de Egitania, actual Idanha ha Vella, comarca que conocía perfectamente al haber estado allí refugiado con anterioridad, como ya dijimos (muqtabis II, 1973: 380).
       “salieron de allí y residieron en la región del Tajo, se hospedaron en el monte Amaya, conocido por Amāya Ibn Marwān, elevado castillo en el oriente de la ciudad de Amaya que está en ruinas y situada junto al rio Sabīr, donde permaneció”‎

Como señala Bueno Rocha (1992: 92), Amaya se correspondería con el municipio romano deAmmaia, y el nuevo asentamiento se situaría hacia mediodía, en el actual castillo de Marvão, derivado de Marwān, como atestiguan los textos conservados acerca de estos sucesos (fig. 2). También el río Sabīr de la crónica es el actual Sever en territorio portugués.

Su permanencia en este emplazamiento sería breve, pues no tardaría nuestro rebelde personaje en tener que abandonar este lugar ante el acoso a que se vería sometido por los habitantes de la zona, la mayoría de clara procedencia bereber (Barānis), aunque se llegaran a puntuales pactos que inmediatamente eran rotos por las tribus norteafricanas. De este tronco étnico era la tribu de los Maṣmūda, que se había asentando en Mérida con la connivencia del poder cordobés un año antes, desplazando a los bereberes de la tribu kūtama establecidos con anterioridad, junto a los escasos miembros de la comunidad mozárabe y muladí que quedaban en la otrora pujante madīna.  

Ante esta situación, y ante el continuo empuje de las tropas emirales, al-Ŷillīqī no tuvo otra opción que la de acogerse a la protección del monarca asturiano Alfonso III, quien lo establecería en torno al año 263-4/877-8 en una fortaleza situada a N.E. de Coimbra y que las fuentes denominan como ḥiṣn B.t.r.l.s.h. (Bitra Lusa), identificada con la actual Pedra da Lousa, próxima al Duero portugués (Ḥayyān, Muqtabis II, 383) y no muy alejada del ya mencionado emplazamiento de Cárquere. Sa‘dūn bn al-Surumbāqī por su parte, se estableció en la nāhiya de Oporto, probablemente bajo la protección del monarca asturleonés Alfonso III. Ambos líderes muladíes se dedicaron durante un tiempo a devastar las regiones comprendidas entre las medinas de Coimbra y Santarem, hasta que en un enfrentamiento con Alfonso III, Sa‘dūn debió encontrar la muerte hacia el 880/267 (Codera, 1904).

Esta manera de actuar de los rebeldes muladíes, como la del monarca asturleonés, nos ofrecen una idea de cómo de fluidas podían llegar a ser las relaciones entre las distintas comunidades de los dos reinos. Y como ha puesto de manifiesto en repetidas ocasiones E. Manzano (1991:181), se podría vislumbrar una frontera muy permeable de “lealtades imprecisas” donde no existía inconveniente  en aliarse o enfrentarse, entre lo que se ha venido en denominar en cierta historiografía como “enemigos irreconciliables”, ofreciéndonos en este caso un ejemplo más de lo que T. Glick (1997:295) ha definido como «la no-existencia de una oposición permanente entre el ámbito cristiano y el islámico», haciendo hincapié, por el contrario, en la existencia de una «frontera ecológica, bien diferenciada, pero en absoluto cerrada».

Resulta indudable que en la región donde se estaban desarrollando estos acontecimientos, las relaciones entre ambos reinos serían de lo más normal para la época, no sólo en el intercambio de personas e ideas, sino también en el continuo trasiego de productos manufacturados de todo tipo, como se está poniendo de manifiesto en los hallazgos cerámicos y en las influencias arquitectónicas y escultóricas del noroeste peninsular (Caballero, 2003: 171).

Mientras tanto en el resto de al-Andalus la situación para el emir Muḥammad I  iba torciéndose inexorablemente, sobre todo en los años finales de su reinado que se prolongaría hasta el momento de su fallecimiento, acaecido en el 879-886/265-272. Si bien en la Frontera Superior (ṯagr al-a‘là) se estaba en la vía de apaciguar la situación permitiendo a la familia de origen árabe de los Tuŷībíes instalarse en las fortalezas de Daroca y Qal`at Ayyūb (Calatayud), para de este modo contrarrestar la actividad contraria de la dinastía muladí de los Banu Qāsi. Sin embargo, en el corazón mismo del emirato, iba a dar comienzo la rebelión de Ibn Ḥafsūn, la cual repercutirá nefastamente en la política centralizadora de los siguientes emires cordobeses.

Pasados unos años, hacia el 879-880/266, se van a desarrollar unos hechos que van a ser trasmitidos documentalmente, tanto por los cronistas cristianos al servicio de los monarcas asturleoneses, como por los musulmanes al servicio de los omeyas. La historiografía musulmana ha cargado las tintas contra el rebelde muladí como consecuencia de los pactos mantenidos con el monarca cristiano (‘Iḏārī, Bayān II: 103):
       «Se separó de la comunidad de fieles, protegió y frecuentó a los cristianos  prefiriéndolos a los musulmanes»

Especialmente cuando éste atacaba territorio de la Dār al-Islam, saqueando aldeas y puntos fortificados y dejando tras de sí un reguero de sangre y ruina.
         «Más tarde nuestro rey [Alfonso III], en son de guerra contra los sarracenos, movió su ejército y entro en España en la era 919 (881). Y marchando así por la provincia de Lusitania, saqueando las plazas de los Nafza ―con probabilidad el actual despoblado de Vascos―, pasando ya el río Tajo avanzó hacia los confines de Mérida; y llegando a diez millas de Mérida, pasó el río Guadiana y alcanzó el Monte Oxiferio » (Crónica Albeldense, 1985: 251-252).

Este Monte Oxiferio es también recogido en la Crónica Najerense (Estévez, 2003, nota 171), situado en nota por el autor de dicha edición en Sierra Bermeja, monte que dista alrededor de 8 km a NE de Mérida, aunque se encuentra antes de llegar al mencionado río. En la citada sierra se encuentra desde tiempo inmemorial una finca denominada de “La Encomienda del moro”, dispersándose por sus alrededores un gran número de restos materiales, entre ellos ruinas de varias construcciones que los propios del lugar denominan como “de las mezquitas”.  Esta misma incursión del monarca Alfonso III por la Frontera Inferior (ṯagr al-adnà) no pasaría desapercibida para los cronistas al servicio de la dinastía omeya, como narra Ibn Ḥayyān en su muqtabis II (Makkī, 1973: 396), recogido de  ʻĪsā al-Rāzī :
       «En el año 266/880-881, salió Alfonso Ibn Urdūn rey de Ŷillīqiyya con un odioso ejército de cristianos y en él iba el prevaricador ‛Abd al-Raḥmān Ibn Marwān al-Ŷillīquī, que le había solicitado asilo y hospedaje en su tierra, y querían hollar el país del Islām. Parecía que se dirigía a Toledo, cuando atravesó el puerto segundo y el otro, cruzó el río Tajo y mandó a sus guías rectificar hacia la Kūra de Mérida, país de Ibn Marwān. Avanzó la caballería hacia el ḥiṣn Dūbal, en las cercanías de Badajoz a unas quince millas, en el que se había refugiado mucha gente del iqlīm  Kala, lo asedió hasta conquistarlo, cautivó a su gente y mató a muchos musulmanes de su guarnición, Dios tenga misericordia de ellos».

Como podemos advertir por esta descripción, se hace mención de una fortificación con el apelativo de Dūbal, y por el contrario no hay referencia alguna al Oxiferium Montem de la historiografía asturleonesa, por lo que podemos deducir que el lugar de la escaramuza se identificaría con el topónimo de Los Adobales, cerca del término de Nogales y próximo a la ciudad de Badajoz (Makkī, 1973), aunque en dicho asentamiento no hallamos encontrado restos materiales algunos de consideración. En cuanto a la mención de dicho monte por la historiografía cristiana, todo parece indicar que el interés principal era el de citar un lugar o hito geográfico tras haber cruzado el río Guadiana, como medio de magnificar la hazaña, o cuanto menos señalarlo como un promontorio de características míticas o inolvidables. Hay que tener en cuenta que es la primera vez que un monarca asturleonés en una razzia había logrado alcanzar una distancia tan alejada de sus posesiones territoriales. No olvidemos que ya habían transcurrido cerca de doscientos años de dominio andalusí sobre estas tierras y las corrientes milenaristas sobre el fin de al-Andalus estaban marcando una impronta que se verían reflejadas en la ideología historiográfica de la cancillería Astur-leonesa. En cambio, por la otra parte hay que considerar, que los cronistas al servicio de la cancillería omeya nada describen al respecto sobre este accidente geográfico, cuando la riqueza de detalles de la historiografía musulmana era mucho más rica y pormenorizada que la cristiana, por lo que la mención de dicho emplazamiento debía ser secundario, cuando no anecdótico.

Será a partir de este momento, según narran las crónicas musulmanas, cuando se inicie la ruptura entre al-Ŷillīqī y Alfonso III, como consecuencia de un enfrentamiento entre ambos por lo sucedido en territorio musulmán, especialmente por la matanza cometida contra miembros inocentes de la misma creencia religiosa que la de nuestro rebelde líder muladí (muqtabis III, Makkī: 397). A raíz de los hechos expuestos, nuestro protagonista decidirá volver a sus “dominios” y entablar nuevamente negociaciones con el poder emiral, en esta ocasión con uno de los hijos del emir Muḥammad I al que conocía muy bien de cuando su estancia en Córdoba, el príncipe ʻAbd Allāh.

Transcurridos unos cuatro años desde los últimos acontecimientos acaecidos en el noroeste peninsular ―de los cuales no tenemos noticias de consideración en toda la región―, ahora se va a producir un suceso durante el mes de junio de 885/272, donde el príncipe ʻAbd Allāh, heredero al trono omeya, se dirigirá nuevamente hacia el oeste de al-Andalus contra Ibn Marwān. Al tener conocimiento de la proximidad de este ejército procedente de Córdoba, huyó de Badajoz, encaminándose hacia la franja más meridional de la kūra de Mérida. Así, ascendiendo el valle del Guadiana, buscó refugio en el monte de al-Šīrgīra o Šīr‘īra (Acijara), que distintos autores interpretan y sitúan, como el propio nombre indica, en algún lugar invadido por las aguas del actual pantano de Cíjara (Pérez, siguiendo a Terrón, 1992: cita 264 en p. 165), y no muy alejado de Aŝbarraguzza (Esparragosa) en la comarca de la Serena, donde también era situado por el arabista e historiador francés Lévi-Provençal (1987:195).
En esta comarca es muy probable que encontrara también apoyo en la persona de ʽAlī ibn Lubb, compañero y rebelde de origen muladí, señor de la zona de Guadalupe, como señala Ibn Ḥayyān en su muqtabis II (Makkī, 1973: 380-1, nota 609), de la que pudo quedar el topónimo ―wad Lubb “río de Lubb (Lobo)”―, voz de raigambre latina frecuentemente usada en al-Andalus y prolíficamente ilustrado en las fuentes árabes (al igual que se ha perpetuado el antropónimo Marvão, derivado de Marwān, como hemos señalado  más arriba).

Con posterioridad a estos episodios nuestro protagonista regresará a Badajoz, tras el nombramiento como emir del príncipe ʻAbd Allāh, con el que pactará su estancia en la madīna no sin antes exigir una serie de prerrogativas, como la de registrar a su nombre todo lo que poseía, prometiendo a cambio lealtad y obediencia. Demandas que le fueron concedidas por el nuevo emir con tal de cerrar definitivamente este frente y centrar todos sus recursos en la insurrección que ‘Umar Ibn Ḥafṣūn estaba desplegando en buena parte del valle del Guadalquivir.
       «Baṭalyaws ...la construyó ‘Abd al-Raḥmān bn Marwān conocido por al-Ŷillīqī con la autorización del emir ʻAbd Allāh, quien puso a su disposición un número de obreros y capital. ‘Abd al-Raḥmān comenzó por la construcción de la mezquita, de ladrillos y cal, salvo el alminar, que fue especialmente hecho en piedra, se reservó en su interior una maqṣūra. También construyó una mezquita particular en el interior del ḥiṣn, y también los baños en la puerta de la ciudad. Permanecieron los obreros con él  hasta que fueron edificadas un número de mezquitas. Fue levantada la muralla de Badajoz de tierra...» (Pérez, 1992, pp: 67, nota, 84). Testimonio no sólo recogido en las fuentes historiográficas (al-Ḥimyarī, edic, Maestro, M.ª,1963: 98; Ibn al-Qūṭiyya, edic, Ribera, J., 1926: 74), si no que también se ha visto refrendado por las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el interior de la alcazaba de Badajoz (fig. 3), concretamente en la antigua catedral de Santa María de la See, levantada justo encima del oratorio descrito más arriba, y que después de un detenido estudio de los restos, no ofrece lugar a dudas sobre su ubicación  y orientación religiosa (Valdés, 1999: 267-290).

Después de haber alcanzado tan ventajoso pacto, dejó de incordiar al poder central, y los otrora compañeros muladíes de Ibn Marwān también se establecieron en diferentes medinas y núcleos fortificados del occidente andalusí. Uno de sus inseparables, desde los primeros momentos de las revueltas después de más de veinte años de luchas, Ibn Šākir, se instaló  en el ḥiṣn Jodar(topónimo no identificado en el espacio geográfico objeto de este trabajo). Por su parteBakr b. Yaḥyā b. Bakr conquistaría la medina de Santa María de la región de Ukšūnuba, próxima a la actual Faro, reedificándola y dotándola de amplia fortaleza (Sidarus, 2001: 160-167). Estas circunstancias no tendrían como efecto el alejamiento entre ellos, sino todo lo contrario, favorecieron el contacto permanente con al-Ŷillīqīy con los seguidores de éste, protegiéndose mutuamente cuando la ocasión así lo requería, y teniendo como enemigo común a ʻAbd al-Mālik b. Abū al-Ŷawād que ocupó la medina de Beja (Bāŷa) y la alcazaba de Mértola. Todos ellos tomaron como partido el de los muladíes, aunque esto no fue impedimento para que tuvieran continuos roces con el último de los líderes muladíes anteriormente citado (al-Muqtabis III, edic. Guráieb, 1950: 172).

Por contra, los esporádicos contactos con líderes de procedencia bereber no significarían a la postre un acercamiento entre ambas comunidades, situación que motivaría sin duda, a nuestro parecer, una diferenciación clara en la elección y asentamiento practicado sobre el territorio. De modo que las tribus bereberes se instalaron en zonas de Egitania (Idanha) y Coria, así como en la propia Mérida y en la franja más meridional del territorio emeritense. Así tenemos a los Banū Tāŷīt de la tribu bereber de losMaṣmūda, que procedentes de Coria se asentaron en Mérida hacia el 876/263, los Banū Farfārin de la tribu de los Hawwāra, afincados en la cercana Medellín desde finales del siglo anterior, desde donde dominaban gran parte del Iqlīm de la Serena y, los Banū al-Faraŷ de la tribu Miknāsa,que poseían un extenso territorio situado entre los cursos medios de los ríos Guadiana y Tajo (Franco, 2005: 45-47). En cambio, el dominio territorial de los rebeldes muladíes se extendía más hacia septentrión (Franco, 2004:173), en una franja que iría de Badajoz en dirección a Coimbra, y hacia el sureste de la Extremadura actual, así como buena parte del Alentejo y franjas del Algarbe portugués (Sidarus, 2001: 165 y ss) .

Por último, ya en el postrer año de vida de Ibn Marwān al-Ŷillīqī (889/276), se producirán una serie de enfrentamientos en la Kūra de Sevilla, al igual que venía sucediéndose en la mayor parte de al-Andalus, que daría como resultado la insurrección de líderes árabes locales junto a conocidas tribus bereberes de la zona, lo que motivaría la respuesta tanto de los muladíes como de los cristianos. En medio de esta refriega cuyos intereses chocaban con los de Córdoba, tribus bereberes procedentes de Mérida y Medellín, se encaminaron hacia el norte de Sevilla en busca de botín, devastando los campos y aldeas, además de sumir en la ruina a muchos propietarios y provocar una total inseguridad en todo el territorio. En este estado de cosas también hizo acto de presencia  ʻAbd al-Raḥmān b.Ibn Marwān desde Badajoz, con un potente ejército que acampó muy cerca de Sevilla (Mora), saqueando sus inmediaciones sin encontrar a nadie que le opusiera resistencia y volviendo sobre sus pasos una vez hubo logrado su propósito (al-Muqtabis III, Guráieb, 1953: 156-159).

También por esta fecha, el gran historiógrafo de origen andalusí Ibn Jaldūn (Machado, 1961: 347), fija el relato de cómo el líder de la causa muladí en el centro de al-Andalus, ‘Umar Ibn Ḥafṣūn, solicitó la amistad y cooperación a al-Ŷillīqī para derrocar al emir ʻAbd Allāh, acuerdo que rechazaría casi con toda seguridad como consecuencia del entendimiento al que habían llegado mutuamente no hacía mucho. Esta es la última acción realizada por el gran líder muladí del occidente peninsular antes de su fallecimiento, ocurrido casi con toda probabilidad a finales del 889/276 (Codera, 1904: 26-27). Tras realizar las exequias por su muerte, le sucedería su hijo ʻAbd al-Raḥmān, que se dedicó a masacrar bereberes de su distrito antes de caer asesinado por algunos de los suyos. No obstante hay que recordar que esta dinastía de bravos dirigentes muladíes se perpetuaría en el gobierno de la medina de Badajoz hasta su entrega definitiva a al-Nāsir en el 930 d.C/318 H. finalizando con ello con la problemática de los últimos descendientes de las oligarquías terratenientes de origen tardorromano en todo el territorio de al-Andalus (Almansa, 2000: 436).

Análisis del personaje y del movimiento muladí en el Occidente de al-Andalus  en el último tercio del siglo IX d.C/III H.‎

Una vez que han sido expuestos los hechos más significativos de la vida y obra de Ibn Marwānrecogidos de la historiografía conservada, conviene hacer un estudio de su figura y del entramado sociopolítico que le tocó vivir. Recordaremos que el movimiento que encabezara nuestro personaje en el occidente de al-Andalus, coincide en el tiempo y en el espacio con otros movimientos insurgentes que se estaban desarrollando o iban a estallar a lo largo y ancho de la geografía andalusí, en un momento en el que el poder desarrollado por las élites políticas emirales chocaba directamente contra las pretensiones de los señores de renta, en su mayor parte convertidos al Islam. Éstos, viendo sus intereses perjudicados ―en muchos casos eran minusvalorados por la élite política de origen árabe―, echaron mano de buena parte de la población descontenta por los elevados tributos que debían entregar al erario cordobés, no encontrando otra opción que la de hacer frente a la política emanada desde el poder central, como por otra parte hacía ya bastantes décadas se estaba desarrollando en Mérida, ciudad que encabezaría el número de sublevaciones contra Córdoba durante la primera mitad del siglo IX en al-Andalus (Alba, Feijoo, Franco, 2009: 191-228).‎

Se ha querido ver en las revueltas acaecidas en buena parte de al-Andalus protagonizadas por los líderes muladíes durante la segunda mitad del siglo IX, sobre todo a raíz de las corrientes historiográficas decimonónicas de la segunda mitad del siglo, como en la desarrollada hasta mediados del pasado siglo, afirmaciones que defendían o interpretaban unos supuestos valores nacionalistas que entroncaban directamente con una primigenia herencia de la raza hispana contra todo poder establecido (Simonet, 1903; Cagigas, 1947; Sánchez Albornoz, 1956).

Nada más alejado de la realidad como ha dejado claramente expuesto Manuel Acién en su ya clásica obra sobre ‘Umar Ibn Ḥafṣūn (1997), donde en un estudio   pormenorizado se hayan las claves para profundizar en todos los movimientos protagonizados por los señores de renta de origen romano-visigodo en el valle del Guadalquivir.

En nuestro particular repaso a las actuaciones deIbn Marwān al-Ŷillīqī (86?/25?-889/276, hay que reconocer que nuestro protagonista nunca intentará erigirse en líder de ningún movimiento para suplantar al poder emiral, por contra al deIbn Ḥafṣūn, aunque eso sí, premiara e incentivara a la rebelión a la comunidad muladí frente al resto de la sociedad andalusí, como hemos podido apreciar a lo  largo  de la exposición anterior.

El fin último que perseguía Ibn Marwān y sus seguidores era sin duda el de no tener que rendir cuentas al poder central; esto era seguir con las prerrogativas con las que la comunidad muladí entró a formar parte de la dār al-Islam. Pero el modelo de estado cada vez más centralizado que a partir del emir  ‘Abd al-Raḥmān II se va a imponer en al-Andalus chocaba frontalmente contra las ventajas que disfrutaban estos señores locales, en su mayoría descendientes de oligarquías terratenientes romanas-visigodas.

Por otra parte no debemos olvidar que la mayor parte de la comunidad muladí no era aceptada por la aristocracia de origen árabe dentro del seno de la administración cordobesa en el poder. De este modo podemos entender como la mayor parte de los líderes muladíes que entraba a formar parte de la administración, o que osaba enfrentarse a la élite árabe, era inmediatamente injuriada y agraviada de manera pública y notoria por ésta última. Y no porque no recibieran el apoyo de la dinastía omeya en el poder, que hacía cuanto podía por introducir elementos muladíes entre sus cuadros dirigentes en las franjas fronterizas, fundamentalmente en el ejército, para de este modo poder obtener un mayor control del territorio donde este elemento social era mayoritario.

Situación socio-política que nos puede hacer recordar los primeros momentos del Islam en oriente, al considerar la aristocracia árabe a éstos nuevos musulmanes como de inferior categoría y que motivaron en el transcurso de los siglos VII-VIII/I-II multitud de revueltas, e incluso el fin de la dinastía omeya en Oriente (Ibn Ḥayyān, 1973: 85). Ejemplos de estos enfrentamientos son recogidos de manera clara en los discursos de alfaquíes y ulemas de raza árabe, que no muestran reparos en declarar la inferioridad de los muwallādun ante los de su raza, como ha quedado reflejado en algunos pasajes de la historiografía dedicada al género autobiográfico de personas ilustres andalusíes

Así, en un pasaje estudiado por Luis Molina a un destacado jurisconsulto árabe, Muḥammad b. ‘Abd al-Salām al-Jušanī, éste expresa su pensamiento de forma tan elocuente que no necesita más explicación:
       «Su odio hacia los muladíes y mawāli lo demostró en una ocasión en que, habiendo tenido noticias de que unos cuantos muladíes habían sido muertos, exclamó: “han sido aniquilados y se acabó con esa ralea” » (Molina, 1994: 345)

En este momento de consolidación del estado y de la paulatina islamización y arabización de la sociedad andalusí, el autor anterior describe la situación tal y como se ha podido entrever de los hechos narrados en la primera parte de nuestro artículo (Molina, 1994: 349): «El factor étnico parece tener gran influencia en los enfrentamientos entre árabe y muladíes a lo largo del siglo IX, éstos son frecuentes y; muchas veces, encarnizados»  

Otra cuestión a tener muy en cuenta es que los muladíes, en su mayor parte, practicaban sinceramente su nueva fe en el seno de la comunidad del Islam, por tanto no hay que achacar ningún atisbo de vuelta a sus antiguas creencias religiosas, y por lo que respecta a nuestro protagonista, está fuera de cualquier planteamiento serio la hipótesis planteada por algunos investigadores de mediados del pasado siglo (Cagigas, I, 1947: 166-169) y, aún más recientes (Caballero y Arce, 1995: 195), sobre la creación de una nueva religión a medio camino entre cristianismo e Islam, al querer interpretar el siguiente pasaje de la obra de Ibn al-Qūṭiyya (Ribera, 1926: 74), como si de un alejamiento de las prácticas del Islam se tratase:  
       «...hicieron alianza con los politeístas (Cristianos del Norte) y produjeron dentro del Islām graves acontecimientos...»

El autor de esta crónica se refiere sin duda a los pactos sostenidos por motivos políticos y no de índole religiosa, como se demostrará más tarde con el abandono por parte al-Ŷillīqī de las posesiones que tenía en territorio cristiano, como consecuencia de los atropellos que las tropas de Alfonso III realizaron en la incursión por tierras del Islam descrita anteriormente. A ello hay que añadir el posterior acuerdo suscrito con el emirʻAbd Allāh para establecerse definitivamente en Badajoz, acuerdo que incluía invocar el nombre de dicho emir en las oraciones del viernes (Picard, 2000: 47).
Otros datos que vienen a ratificar la sinceridad de las conversiones de la comunidad muladí y la progresiva islamización de sus costumbres, se recogen en los restos de carácter epigráfico que se conservan en edificios de claro origen cristiano, que convenientemente reconvertidos en oratorios musulmanes durante esta segunda mitad del siglo IX, se reparten por la propia medina de Mérida (Columnas epigrafiadas del Parador de Turismo de Mérida), como en las inmediaciones,―basílica de Casa Herrera― y, en zonas donde se desarrollan las correrías de los líderes muladíes ―Milreu, en Portugal―, islamización que en su expansión abarca tanto al ámbito urbano como al rural (Barceló, 2001: 112 y ss).

El gran polígrafo cordobés del siglo XI, Ibn Ḥazm, buen conocedor de la sociedad andalusí como jurisconsulto y hombre de ciencia, comenta al respecto:
       « Todos los muwallādun, con lo numerosos que fueron, se expresaban en árabe mediante el cual recitaban el Corán, todos se convirtieron en una nación única» (Kitāb al-Fisal, 1985: V. I: 195).
Es este sentido no hay que olvidar el fuerte apoyo que esta comunidad encontraba entre los grandes propietarios, ya pertenecieran éstos al medio urbano o rural, los cuales hacían frente a las continuas arremetidas del poder omeya, en un intento desesperado por mantener el status pactado en el momento de la conquista. De este modo, muestro líder muladí encontrará en este brazo de la sociedad andalusí un importante apoyo (tanto humano como de medios) para desarrollar sus correrías a lo largo de una extensa franja de territorio que se extendería desde el curso medio del río Guadiana, hasta más allá del Tajo, con dirección hacia la Sierra de la Estrella, y cuando era preciso su influencia se dejaba sentir hasta el Algarbe portugués (consultar plano). De hecho llegaron a crear casi un estado semi-independiente al poder cordobés, donde se favorecía el entendimiento entre los distintos líderes muladíes para hacer frente, en caso de peligro, a las  acometidas del poder central o de las siempre levantiscas tribus bereberes.

Para finalizar esta breve semblanza de la figura deIbn Marwān, sus seguidores, y la mayor parte de los movimientos insurgentes liderados por la comunidad muwallādun en el seno de la sociedad andalusí durante la segunda mitad del siglo IX, e inicios de la décima centuria, habría que señalar que ésta se entiende no como una oposición ideológica de carácter religioso, sino de claro sentimiento político y social de pertenencia a la sociedad andalusí, donde lo que se buscaba era obtener  y trasmitir los mismos derechos que los otros musulmanes ―especialmente la élite árabe―, después de su ingreso en la comunidad de los creyentes. En una comunidad, no lo olvidemos, que después de casi siglo y medio desde su entrada al Islam, todavía había grupos de poblamiento indígena que se caracterizaba por su fuerte vinculación a sociedades de tipo feudal, frente a la impuesta de orientación más mercantilista, a favor de una política más centralizada, que basa buena parte de su economía en el intercambio comercial y en el desarrollo de industrias artesanas.

Como señala M. Acién en su estudio sobre Ibn Ḥafṣūn, estos movimientos insurgentes protagonizados por los muladíes vinieron a representar “un intento de los herederos de la antigua aristocracia para conseguir la permanencia de su status en el momento en que sus derechos se vieron amenazados por la presencia del Estado y la difusión de las normas de la sociedad islámica”. Insurrecciones que a la postre fueron derrotadas e integrados sus componentes en el seno de la sociedad andalusí, donde muchos de sus miembros alcanzaron puestos de responsabilidad con la proclamación del Califato por ‘Abd al-Raḥmān III al-Nāsir en el 929/316.

Una vez expuestos los hechos más significativos del popular personaje muladí natural de Mérida, recordar que la medina que le vio nacer será la gran perjudicada del movimiento que él encabezaría en todo el occidente peninsular durante el último tercio del siglo IX. De facto, la Mārida islámica después del fatídico año del 868/254, no volvería a representar el mismo papel de relevancia en el organigrama político-administrativo omeya que tuvo con anterioridad, perdiendo a raíz de los acontecimientos mencionados la capitalidad de la Marca Inferior, y sufriendo su urbanismo un menoscabo constructivo y poblacional del que no se recuperaría en todo el periodo de tiempo que se prolongó el dominio andalusí en la península ibérica.

Por contra, la gran beneficiada será la cercana medina de Badajoz, que por ironías del destino será fundada por el propio al-Ŷillīqī, con la autorización de los emires cordobeses, erigiéndose a lo largo del siglo X en el núcleo urbano más importante de toda la región, circunstancia que ha perdurado en el tiempo hasta llegar a nuestros días.‎

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